translate me

Wednesday, December 24, 2014

-amor, quizá-

Recuerdo que corrías para llegar a verme y también como corrías al verme llegar, que en el momento no me importa mojar el más lindo de mis vestidos con tal de alcanzar tus brazos y que sonreías al escuchar mi nombre, por ende, mi sonrisa llevaba el tuyo y a su vez mi cielo versaba en tu sonrisa.
Recuerdo aquel lugar al que iba cada domingo como excusa para encontrarte, sabes, ese que después de aquella tarde de haber perdido mi tren (debo confesar, a propósito) se convirtió en nuestro, recuerdo como fingía estar cansada solo para sentarme a tu lado. Recuerdo mis tardes y recuerdo las tuyas y aquellas llamadas de jueves a las cuatro y los chocolates de martes por la noche. Aun después de tanto tiempo, lo recuerdo claro, como si hubiera sido ayer.

Cogimos el mismo camino y a la vez distintos, porque sabíamos que de cometer el mismo error y coger opuestos, la tierra es redonda y como siempre volveríamos a encontrarnos, a la mitad tal vez. Entonces yo me quedé a medio camino en aquella estación de tulipanes violetas y la pequeña tiendita, ¿la recuerdas? Esa que en cada viaje nos retuvo porque tenía aquella foto en blanco y negro que tanto te gustaba. Esta vez fui yo quien se quedó mirando y tú seguiste de largo como si no te llamaran los recuerdos. A veces suelo volver allí y aquella mujer de ojos claros que antes nos atendía al fin me ha revelado el secreto de aquella foto que te gustaba tanto, sí, como lo sospechabas… éramos nosotros, antes de conocernos, mirándonos como si nadie existiera, como sabiendo que algún día solo nosotros existiríamos. Después de varios días de tu distancia ese fue el único lugar donde logré encontrar esa mirada, lo cierto es que el bar de las veintitrés no la tenía.

“Ahora que no sabes verme yo te miro, te miro y te observo, ahora que no me ves yo te pienso y desde lejos siento que eres feliz, en ocasiones me arrepiento de no haber tomado el camino opuesto para encontrarnos a mitad del mismo y jugármela por ti, pienso que quizá a quien de verdad quise lo tuve frente a mí, ahora que no quieres verme me di cuenta que en su momento, yo tampoco te supe ver.” Escribí esa carta dudando, no sabía si enviarla porque desde lejos tenía la satisfacción de que aun sabiéndote distante te ves como yo siempre te he visto y te amas como solo tú sabes amarte.

Voy a casa por las noches y al quitarme la camisa blanca y acostarme en mi cama me doy cuenta que ella te extraña, incluso a veces en las almohadas encuentro tu olor y pienso que tal vez nunca pueda olvidarte, aunque esté bien sabiendo que eres feliz, cierro los ojos e imagino que no te perdí, que seguiste mi camino tomándome de la mano, que no hizo falta las excusas, el tren, ni el camino al revés, que tu sonrisa sigue siendo mi cielo y tu mirada solo grita mi nombre y a veces cuando en mi cama no te encuentro suelo correr a la estación y no estás tú. Me paro frente al tren que te vio partir esperando que tal vez hoy te arrepientas y vuelvas.
Hace unos días después de correr dieciséis noches al mismo lugar y no encontrarte, decidí que estaba loca y que me quedaría, esperando-te. Vi luces, vi recuerdos, vi personabas que me llamaban, vi soledad, vi desasosiego, vi lágrimas pero también vi amor, y entre un montón de gente al día veinte llegaste tú, con calas rojas diciendo que eran para mí. Jamás había sido tan feliz como aquel día.

Partimos juntos y al despertar al día siguiente tu brazo seguía rodeándome, no era un sueño.

Han pasado los días y ahora he vuelto a cantar, mi mirada es alegre y mi sonrisa, bueno, ella ahora lleva mi nombre. Te observo y me alegro de poder verte tan grande como siempre lo hice y sentirte tan firme como siempre lo has sido, en las mañanas me miro al espejo y sonrío, con mis cabellos alborotados y la sonrisa algo vaga, escribo la nota que abrirá tus mañanas, pensando lo increíble que es estar a tu lado.
Miro a mi cama antes de salir y estás tú, con los buenos días te entrego también el más dulce de los abrazos y al esbozar media sonrisa me susurras “ más que verte como siempre, yo te he visto, con tu cabello atolondrado y tus labios siempre rojos, es mirarte en el espejo y descubrir que te amas como solo tú puedes amarte” terminamos de sonreír y descubrí que no quería ir a ningún lado más que volver a esa cama que hoy son tus brazos.

Rato después tu camisa blanca estaba teñida de besos, por supuesto, rojos y yo, bueno… no he parado de sonreír, ni de amarte y mis buenos días siempre lo responde la mitad de tu sonrisa.