El bosque entero pudo haberse incendiando con
aquel cigarro que tiré aún encendido en la espera de que al igual que mi rabia,
se fuera consumiendo progresivamente. Escuché unos pasos y decidí huir, tenía
miedo de que fueses tú o peor, que no lo fueras.
Alguna voz, no la tuya por supuesto, dijo “algún
día entenderás, aprenderás…” esperó una respuesta y al no conseguirla
siguió hablando, sabiendo que alguien estaba ahí…“entenderás que un cigarro no apagado puede causar grandes cosas, quemar
un bosque o ser evidencia por ejemplo, así como tu rabia o el intento de ignorarla
puede desatar un huracán. Entenderás que lo sos todo para alguien, quizá para
mí y tal vez en tu cabeza al dormir vuelvas a escuchar -no es tu culpa nena, no es tu culpa-“
Decidí huir porque últimamente es lo único que
sé hacer, caminé despacio y luego eché a correr sintiendo que la distancia no
era suficiente, sintiendo la urgencia de estar lejos. Decidí huir porque
al escuchar esas palabras me di cuenta que no era tu voz y dolía, como
intentando grabarse, dolía como intentando dejar de doler.
Corrí a la cabaña que nunca fue nuestra pero
siempre me gustó imaginar que lo sería, corrí y me tumbé sobre la cama que
formó todos mis sueños, hizo realidad algunos deseos y deshizo unos cuantos más,
presioné la cabeza en aquellas almohadas que durante tanto tiempo habían sido
el apoyo de mis sueños, sequé mis lágrimas y ahogué un grito, sabiendo que no
debía ni haberlo deseado, sabiendo que en mi condición jamás seré más de lo que
soy, jamás podré pedir más. Tras las lágrimas fui al escritorio y saqué esa
carta que siempre me hizo pensar en ti, querer que fuese tuya quizá, querer que
alguien me amasé así, esa carta que durante estos últimos meses se ha
convertido en mi puesta de sol, a la que recurro cuando estoy triste, de alguna
manera la forma en que está escrita, tan bien redactada, tocándome el alma, me
hace sentir mal, me hace anhelar escribir así, por otro lado, tanta belleza me
toca y me conmueve…me deslumbra.
No sé cuántas veces la habré leído, imaginando
la voz de aquel hombre y viendo su imagen en aquel auditorio donde la única persona
que está presente soy yo, escuchando sus palabras una y otra vez, recuerdo
imaginar el sonido de la lluvia, recuerdo haberme quedado dormida llorando por
tu recuerdo. Las palabras de aquella persona se grabaron y esta noche al
dormir, tratando de olvidar tu voz, de hacer cenizas en un patio lleno de
viento tus recuerdos, tratando de quemar bosques por no apagar cigarros, cierro
los ojos en esa cama que solo es mía y me digo –no es tu culpa nena, no es tu
culpa-
Desperté tranquila y al escuchar mi teléfono eras
tú, como arrepentido, sin embargo, me ponías los pies en la tierra, recordándome
lo que no soy. Busqué lo más próximo a mí y escribí esto, tratando de recordar
las palabras de aquel extraño del cual aún no aprendo, intentando buscar en
algún lugar a esa persona linda digna de mis palabras.
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