Otra madrugada más donde todo duele, páginas con
delicadas manchas de lágrimas que una vez más han sido derramadas; palabras con
rabia y dolor, y la ilusión de un me voy que una vez más parece ser definitivo,
para entonces conseguirme con la indignación presente en la página siguiente,
donde sabes que te engañas solo pretendiendo que nada pasó, en esa página, esa
misma donde aún quedan rastros de lágrimas, donde la tinta y la sangre se
traspasan, donde solo decides omitir para comenzar a desvariar, a inventar
historias, llegando al punto donde es más que insano, donde las excusas para
quedarnos se han vuelto demasiado armadas y empiezo a ceder, empiezo a
perderme, mi mente comienza a entender que no puede más, que por más que busque
las razones, esas que son para irme han desplazado las ganas y las razones de
estar, esas ganas de estar que tanto me había costado encontrar, y me consume
como nada me había consumido, las cosas que sé y no quiero saber, las cosas que
sé y no puedo decir. Pero qué hago, si mi amor dejó todo su egoísmo y pasó a
ser aquel sol que en las noches solo vive para el brillo de la luna, un amor
que ha desplazado mi ser, ese amor que últimamente solo se cubre de nubes y
tormentas; mi amor que cuando lo ves partiendo lo llenas de arcoíris y rayos
inmensos de sol, ese que cuando quiere renunciar lo haces brillar como nunca;
pero mi sol solo ve egoísmo, porque incluso cuando él sabe que la luna ha de
necesitar de él, también sabe que ella es capaz de disfrutar lo efímero de los
ocho minutos, ochos minutos llenos de inmenso brillo y calor, sin pedir perdón,
sin siquiera esbozar el susurro de un lo siento, sin sentirse culpable, sin
mostrar importancia, sin pedir que se quede, ella no va a mirar para adelante a
ver que le deparará un futuro sin el sol y mucho menos mirará atrás buscando
dónde falló; qué hizo mal. ¿En qué momento nos perdimos corazón? Cuándo tanto
amor e ilusión nos quitaron el don de discernir, en qué momento tanto amor nos
dejó soñando con la ilusión de emular un para siempre y no volver jamás.
Yo quería la promesa de un para siempre, mas no fue
el para siempre que quería el que conseguí.
Jugando a que no hay tiempo, a aprovechar el
momento, mientras me doy cuenta que voy firmando con nombre y apellido;
aparentemente sin fecha de expiración un contrato a herirme constantemente, he
firmado con acciones, he dado mi consentimiento, diciendo que está bien, de
alguna forma me encadené a un árbol a punto de ser demolido y por alguna razón
mi esperanza por salvar aquel árbol no me deja escapar, aunque hay una parte de
mí que está cansada, que tiene miedo, que muere por salir corriendo y no volver
más, no la dejo, no sé por qué, pero no puedo. ¿Dónde están las llaves a la
libertad? Si en algún momento las tuve, ¿dónde las habré podido dejar? Cómo le
gano la batalla a la costumbre, a la rutina, ahora lo entiendo, eso de decir
que es letal, necesito entender que mientras no quiera salvarme nadie me podrá
salvar; ¿de dónde saco la fuerza para desencadenarme y andar? Pareciera que mis
brazos ya se hubieran acostumbrado, ya no saben estar sin aquel árbol, que
cuando están lejos, buscan su calor, buscan ser atados, mi cuerpo al parecer se
ha adaptado a estar al pie de este árbol que ni siquiera es hermoso, que no es
inmenso, este árbol que cada día va perdiendo la belleza que vi en aquellas
hojas y la madurez y el refugio que había encontrado alguna vez, en un pasado
lejano e inconexo en su tronco, entonces mi lógica se pregunta, aquella parte
que parecía estar inerte en mí, me hace entender que si lo miro bien, si solo
dejo mi cuerpo y desvarío un momento, mi única pregunta radica en "qué
tiene este árbol de especial que mis brazos sin tener cadenas no lo han podido
soltar, pararse y andar?"
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