Y me encontré ahí, en el mismo lugar de siempre,
sola anhelando tu presencia, deseando fuerte que todo fuese un sueño y
volvieras, llorando tu ausencia porque fue la perdida más significativa y el
golpe más duro que jamás alguien me había dado. Nunca entendí qué nos pasó, o
qué fue mal, porque para mí siempre fue especial, jamás me detuve a pensar si
me hacía daño porque sólo recordaba lo bueno y después de un tiempo decidí
perdonar y pensé que no me volvería a doler, ya no. Pero pasa el tiempo y me
doy cuenta que las cosas suceden por razones que en el momento no logramos
comprender, porque estamos demasiado cegados por sentimientos y no logramos ser
objetivos, a final de cuentas no somos objetos y por ende tenemos sentimientos,
que mal que bien se involucran. Pero después de todo lo pasado comprendo, que
sí estuvo bien y quizás logré aprender, ¿me marcó? Totalmente, pero esas son
experiencias ¿No? Comprendí también que a mi edad hay cosas imperdonables y que
el hecho de estar juntos me hacía e incluso aún, sigue haciéndome daño y aunque
agradezco todos y cada uno de los momentos no vale la pena andar mendigando
amor y tampoco vale la pena gastar tiempo en comprender algo que simplemente
sucedió, a veces sólo se trata de dejar ir lo que probablemente amamos porque
amar solo no tiene sentido y aunque suene más “incoherente” dejarlo ir, lograr
ponernos en un lugar, eso que a veces llamamos dignidad, vale mucho más,
después de caídas, golpes y heridas que tal vez cuesten en sanar te das cuenta
que no era esencial aunque el hecho de no serlo no le quita lo especial al buen
recuerdo, que aunque marcó y dolió formó lo que somos hoy.
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